domingo, 27 de julio de 2036



ENTRE DOS CERROS (Cuento)

Autor: Miguel Casimiro                                         02/Septiembre/2009
                                                               
Colección: Travesuras En El Barrio      


Son ya las seis y quince de la tarde. El sol exhausto reposa ya sobre el horizonte inhabitado. Se aflora entre las dos desérticas colinas al final del extenso llano. Parece observar los últimos momentos de su breve despedida. No quiere perderse nada por tener motivos para soñar. La frescura lo arropa todo enterneciéndolo con su entonado susurrar. A coro con los últimos alegres vuelos, fugaces, de las avecillas. Se escucha ya el gorjeo de las golondrinas nocturnas esparcidas en el grisáceo celestial. Únicos testigos y confidentes de tan radiante declinar. Es entonces cuando aparece ella. Asoma con su enorme sonrisa a la salida del trabajo. Con movimiento lento acude a mi encuentro. Procuramos desandar los pasos que, por separados, nos llevaron afanosos hasta aquí. Cerca de un kilómetro desde la autopista hasta el fondo del callejón pedregoso, en medio del dormitante caserío.

¡Cuánta gracia tiene su cuerpo, al caminar! Tiene el encanto y la belleza de la mitológica 1 Helena de Troya.  Su nombre, aunque resuena en la mente como el eco melodioso de un vals, no lo debo decir todavía. Es nombre de guerra.  La veo. Comienzo a necesitarla, como la Tierra suspira ansiosa por el sol y el agua. Lo sabe bien. Como lo saben todas cuando se les estremecen las entrañas. Quisiera correr ansioso desde la acera opuesta. Como hojarascas en llamaradas que a su paso lo arrasa todo hasta el final del llano. Y escalar, igual de impetuoso, hasta las cúspides  de los cerros. Y conquistar la cascada rubia de su pelo. Pero no lo hago. De verla siento ya un espíritu triunfador.  

Viene ella. Con su alegre altivez parece desafiar a los dispersos nubarrones de bordes abrillantados; muy comunes en Diciembre. Se adelanta. A su paso, clava profunda la espada mórbida de su mirada en la mía. Con  un ¿te vas? casi silencioso, añoñado, cariñoso. Y va despacio por el camino. Con pisadas menos firmes que las acostumbradas. Como si esperara. Y dijera: ¡Sígueme! La hierba reseca de la calzada de tierra se arrodilla bajo el peso de sus pies. Pies nobles que sostienen sus piernas majestuosas. Son cual columnas de  mármol de un templo griego. Parecen prolongarse hasta el cielo... Hasta la  gloria...  Hasta Allí, en donde la brisa juguetea plácida con el mariposear de su falda adornada de flores silvestres multicolores y de ruedo con volante plisado. 

Corro, al fin. A su lado acudo dando pasos agigantados. Evado, sin notar, las piedrecillas acumuladas en la orilla del camino por las ruedas de las máquinas al transitar. No sé si vuelo o piso sobre el aire. Oscurece muy rápidamente. La meta es regresar a casa. Alguien nos espera, quizás. Las nubes ennegrecen como enfurecidas por los celos. Todavía lejos de la autopista, dejan caer sus penas sobre nosotros a manera de lluvia repentina. El polvo recién mojado huele a pueblo abandonado. Pero la fragancia de ella me tiene aromatizada toda el alma. Es un extraño crepúsculo vespertino en que cada detalle aparenta formar parte de un plan subversivo de un no sé quién. No es para menos llevando de la mano el mejor filete de los alrededores. Los carroñeros insatisfechos con sus esposas, como lobos hambrientos deambulan por doquier.    

 Vuela fugitivo el pensamiento tras de ella. ¡Qué linda es mi princesa! Tiene los pies más perfectos que humano alguno haya visto. Parece una antorcha encendida el rubio de su lóndiga cabellera. La creo recorrer dejando profundas huellas sobre la blanca arena de su playa. En sus aguas embravecidas, anhelo hundir allí la barca. Y ahogar con ella las ansias y lavar las amarguras. Las miradas insinuantes de algunos transeúntes cabalgan perversas al ritmo del vaivén de su delgada cintura. “Parece de goma”, comentan bajito los chicos al verla pasar mientras regresan de la escuela. “Se muere de flaca”, murmuran las chicas de envidioso parecer.  Pero sólo Dios sabe que está como me la quiso conceder. A su lado ando al compás de cada paso. Protegido voy de un escudo impenetrable de indiferencia. Tanto más contra la mirada asesina del colmadero. Impotente muerde sus labios y comprime sus puños sobre el mostrador. Percibo las fuertes emanaciones de sus ‘buenos deseos’ para que me parta un rayo, y me vaya al infierno a jugar barajas con los diablillos cornudos. Cada día muere de impotencia su ilusión al verla pasar.

Somos un punto solitario en tonos de grises en medio de la oscuridad. El peligro abunda a orilla de la autopista fantasma que por intuición existe entre la bruma. Siento ternura en su magnetismo bajo la pequeña sombrilla intenso escarlata. Apenas nos refugia del aguacero. Su cercanía me cautiva poderosamente. Aumenta la avidez de sentir su aura tibia y su respiración. No me preocupa cuán larga sea la espera sobre el andén rebosante. Tampoco importa si azota el viento hidrolizado. A su lado no siento a nadie más que a ella. Ni me importa. Aminora la lluvia. Un poco innecesario e inoportuno. Quince minutos después, por fin, se acerca el autobús. ¡Gran cosa! Se aproxima desgarrando el éxtasis con su ruido peculiar. Sus luces, casi vencidas por las tinieblas, se hacen más intensas. Un rato más y pierdo el equilibrio. Es lo que más quisiera. Y caer en picada en el estanque rojo pálido del cáliz de su boca. O quizás enredado en su cabellera que, retozona con la brisa, aletea en mi cara. Un instante más quemándome solo.  ¡Y nada de nada! 

 El ronroneo del viejo motor impone su barrera comunicacional entre todos los viajeros. Entre ella y yo hay una comunicación ultra sensorial. Cada uno va tenso y medio mojado. Ella al frente y yo en la parte posterior. Es como quienes van en el expreso hacia el más allá. Hacia donde nadie quiere ir, y mucho menos quedarse a medio llegar. Excepto los que vamos sumergidos cual un pez en un mundo color de rosa muy especial. La realidad nos parece indiferente. A mitad del trayecto, sólo acariciándonos con las miradas ocasionales, es el triste “hasta luego”. Es inevitable. ¡Hasta mañana, Helen! Es lo que me brota sin sentirlo. Quise decir, Princesa. Ella se detiene un instante como si esperara algo más antes de ver la máquina partir. Queda pensativa en el portal de la casa. A ambos lados se resalta el tejido artesanal de las bellísimas 2 trinitarias. Mis predilectas. Correspondo con un suave movimiento de mano. Involuntario. Y deposito un beso imaginario en su mejilla inmaculada. Ella me regala una dulce sonrisa. La última de hoy. La siento volar como una mariposa en llama, y arder sobre mi corazón. Pude haberle dado un tanto más, mucho más... Son los breves momentos en que las almas miserables e impotentes mueren en la hoguera de la indeterminación. Quizás algunas resuciten victoriosas como el 3 ave Fénix. Luego, ¿para qué? En los asuntos del corazón es factible el 4 “right now” de los ingleses. Determinación instantánea. Si te equivocas, pides perdón. Ellas adoran la audacia masculina. La disfrutan, la halagan.

Treinta y tres fastidiosos kilómetros de pensamientos entretejidos sobre ruedas. Un chapuzón de tres más a pies, me acompañan de guardaespaldas hasta la casa. La densidad de la noche es ahora perforada por la lluvia, con mayor intensidad. Cae desde el cielo como varillas de diamante sobre un gran manto negro. Tan inmenso como el tiempo encadenado de la espera. La luna entre los brazos del Sol durmiente, hiere el silencio con sus reflejos plateados. En los charcos cercanos se escucha el ronco croar de los sapos y el cua-cuá de las ranas. Se regocijan con el bullicio de sus orgías interminables, y con sus fiestas bacanales emborrándose de caricias. El placentero susurrar del viento en las hendijas de las tablas, es el inconstante acompañante dentro de la casa. Y también la espina de la soledad clavada en el alma.  

Sobre el colchón me envuelve el sueño. Encarcela la memoria y sus recuerdos. El cansancio laboral también hace lo suyo. Se desnuda el alma, y se baña con mórbidos deseos. La fragancia delicada del perfume de mujer se cuela entre los espacios imaginarios. Acaricia mi nariz, suavemente... Se desvanece el alma, derretida en el olvido. Y se entretejen erráticos, a sus antojos, los códigos de la mente. Se abre la puerta del mundo paralelo. Dimensión hipnótica, complaciente de los deseos no logrados y las ilusiones reprimidas. Y concibe la blancura sonrosada de la imagen amada. Se acerca bañada por el trigo de humedecido pelo. Es la materialización humana de la noche. Va cual novia con la prenda caída. A su paso estremece todo ser lleno de vida. Sobre el asta embravecida flota la sábana que me cubre. Pide ansiosa que se llegue la muerte. Si acaso existe en esta dimensión.

Ondulante, sigilosa, se presiente su frescura tentadora. Cual pantera hambrienta que se arroja sobre el cuerpo encandecido. Y estalla un beso jugoso en mis labios. Un grito herido que acalla a los sapos, y al silencio mismo mutilado y sorprendido. Siento punzantes los vértices de su pecho seductor. Se escasea el aire vivificador. No muy lejos, se extiende zigzagueando y arando suave por las laderas sedosas del monte, la serpiente que busca el cálido abrigo. Va jadeante hasta la cima. Una y otra vez se resbala y cae entre la zanja y el fango. Así, errante en la niebla, va el ser libando las mieles silvestres entre las cuevas de los peñascos...  Y aúlla aún más el viento entre los matorrales. Desesperando como yo.

Mis manos estremecidas, mentalmente navegan suaves por los altibajos escondidos de la cañada. El rojo intenso y mutilado aumenta más la sed en el esfuerzo. Sobre el asta desbanderado se balancea la imaginación. Y en el pozo umbilical de la pradera sedosa de su cuerpo tintinean los cristales que se deslizan desde las cumbres palpitantes y febriles de los cerros. La leña arde arropada por el fuego placentero, a pesar de estar mojada por los deseos. En el techo encumbrado a dos aguas, una lagartija curiosa y solitaria se pasea bajo la penumbra fantasmal del candil apagado. Despertada, quizás, por el gemir de la noche, el crujir del lecho, el roncar de la luna y el susurrar del viento.

Por el camino cenagoso, empinado a veces, no lejos de la casa, avanza premurosa bajo la lluvia la carreta del bienaventurado. Va cargada, quizás, de frescas esperanzas. Empapado hasta los huesos, aumenta sus pasos por la resbalosa hondonada. Procura cruzar el río antes que se desborde hacia los altibajos de su cuerpo. El asta ardiente hiere la candidez de la noche. En la tranquilidad resuena un quejido seco, entre los dientes. La luna indiscreta se despierta asomando su mirada curiosa por una brecha en el techo. El tiempo raudo, excitado, galopa  hasta parear sus agujas en el confín celeste de su esfera platinada.  Entonces, cesa la lluvia al fin. Se calma el viento... Y exhaustos, la noche y yo, tendidos  abrazados sobre el lecho alborotado y sudoroso, cerramos soñolientos los ojos hasta mañana.

Canta tembloroso el gallo en el friolento clarear. Desertora la niebla matinal, huye despavorida de los tibios tentáculos del sol. Un hilo dorado, perezoso,  me toca la frente. Despierto. Después del fuego, la ceniza queda. Eso pienso. Busco ansioso entre la sábana, sólo por un rato, los recuerdos hilvanados por ahí. Pero sólo una mancha amarillenta se delata tenue, moribunda, en el centro del lienzo, dos cerros de suaves plumones entre los cuales descansa mi cabeza, y una gran sonrisa en el corazón.

Añoro cada breve tarde de confidencias con Helen. Recuerdo cada día su ternura. Hasta creo que me quiere igual y se lo aguanta. Guardo aquel beso imaginario en el cofre sagrado de su mejilla, su cintura grabada en las manos, y sus palabras que excitan la imaginación.  Pero, ¿Me ama ella? ¿Me desea ella? ¡Quién sabe lo que piensa una mujer! Sólo sé, si acaso sé,  que la vanidad a veces nos eleva hasta el cielo y la gravedad nos hace caer. Un arcoíris de intensos colores se arquea desde los cerros hasta los límites de la sabana repleta de florecillas campestres, como si dijera: “No desespere. Será mañana.”                                     


Notas y referencias:     
   

1 Helena – Es un personaje de la mitología griega que también se le conoce como Helena de Troya o Helena de Esparta, cuyo nombre significa “antorcha”, haciendo referencia a la “luz que brilla en la oscuridad”. Era considerada hija del dios Zeus y pretendida por muchos héroes debido a su gran belleza, motivo por el cual fue seducida y raptada por Paris, príncipe de Troya, lo que dio origen a la Guerra de Troya.





2 Trinitaria – Bougainvillea spectabilis o “Santa Rita”, es un arbusto perenne y espinoso, endémico de zonas templadas y tropicales de Brasil. Su crecimiento rápido puede alcanzar hasta los 10 metros de altitud. No trepa, sino que se apoya, pues no cuenta con zarcillos. Florece en primavera, verano y otoño; y, curiosamente, no se destacan sus diminutas flores, sino las esplendorosas y coloridas brácteas que las envuelven. Sus variados colores son: Blanco, rosa, carmín, morado, amarillo, beige, entre otros.





3 Ave Fénix – Ave mitológica del tamaño de un águila, de plumaje rojo, anaranjado, y amarillo incandescente, de fuerte pico y garras; la cual se consumía por la acción del fuego cada 500 años, para luego resurgir con toda su gloria de sus cenizas. Según algunos mitos, vivía en una región que comprendía la zona del Oriente Medio y la India, llegando hasta Egipto, en donde se le denominaba Bennu, y ha sido considerada un símbolo del renacimiento físico y espiritual, del poder del fuego, de la purificación y la inmortalidad. Poseía varios dones, como la virtud curativa de sus lágrimas.





4 Right now – Construcción idiomática de la lengua inglesa cuyo significado en español no varía aunque se escribe de diferentes maneras:  ahora mismo, ya, en éste momento, de una vez, sin tardanza, de inmediato, justo ahora, en éste instante.